¿Cuáles son los 5 grandes factores de la personalidad?

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Los cinco pilares de nuestra personalidad

Todos tenemos una idea de cómo somos y cómo nos comportamos, tanto nosotros mismos como las personas que nos rodean. Utilizamos las palabras a nuestro alcance para tratar de capturar nuestras “formas de ser”. Decimos que alguien es x cuando suele hacer h, y que hace h porque es x. Por ejemplo, decimos que una persona es antipática (x) porque se comporta de forma desagradable (h), y luego prevemos que la próxima vez que nos la crucemos se va a comportar de forma desagradable porqué es antipática. Poder clasificar a los otros con toda clase de adjetivos y etiquetas responde a una de nuestras necesidades más esenciales como humanos: saber qué podemos esperar de los otros y cómo debemos relacionarnos y responder a ellos.

Aparte del lenguaje común, existen otras formas muy extendidas de clasificar a la gente. Sin duda, una de las más populares son los horóscopos, los cuales hemos llegado a asumir tan verdaderos que hasta Tinder los tiene como casilla para completar la información de nuestro perfil. Es curioso que, pese a ser una información opcional, casi todo el mundo se toma la molestia de rellenarla.

La ciencia de nuestras formas de ser

No obstante, las formas populares de definir a las personas – en especial el horóscopo – están plagadas de errores, y ni de lejos representan una forma de conocimiento demasiado fiable. Pero… ¿Y si te dijera que existe una área de la psicología exclusivamente dedicada a investigar precisamente eso? La psicología de la personalidad busca entender cuáles son los rasgos esenciales que nos definen, y que hacen que “seamos nosotros” en distintas situaciones y a lo largo de nuestras vidas. Y a partir de este conocimiento, los psicólogos intentamos predecir con la mejor precisión posible cómo se comportan los individuos.

Una teoría para describirnos a todos

Dentro de este campo de la psicología destaca una de las teorías más sólidas de las que disponemos en la actualidad los psicólogos, la cual recibe el humilde nombre de “los cinco grandes” (big five). El nacimiento de esta teoría se dio a raíz del siguiente razonamiento: si existen unos rasgos esenciales que sean el esqueleto de nuestra forma de ser, estos estarán reflejados en el lenguaje de las distintas culturas que existen a lo largo y ancho del planeta.

De forma que los investigadores Paul Costa y Robert McCrae se propusieron rastrearlos en decenas de idiomas diferentes. Y sorprendentemente lo consiguieron; los “cinco grandes” fueron encontrados en decenas y decenas de culturas diferentes. Que puedan encontrarse a lo largo y ancho del mundo sugiere que son universales en la especie humana.

Los cinco pesos pesados

Entonces… ¿Cuáles son estos cinco grandes rasgos? Bueno, de hecho se trata de cinco líneas continuas con dos extremos (<———->), ubicándonos cada uno de nosotros algún punto de ambos extremos.

Neuroticismo / estabilidad emocional

Las personas que presentan en mayor medida este rasgo tienden a experimentar con mayor frecuencia e intensidad emociones negativas, tales como tristeza, miedo, vergüenza, ira, etc. En parte, esto se explica por su mayor tendencia a tener ideas irracionales, a sentirse vulnerables y a que están más expuestas a la ansiedad y el estrés. Un hecho curioso es que este tipo de personas también tienden a actuar impulsivamente, dejándose llevar por sus emociones y deseos.

En contraposición, en el otro extremo – en el de la estabilidad emocional -, se sitúan aquellas personas que habitualmente son más tranquilas, sosegadas y tienen un mundo emocional mucho menos parecido a una montaña rusa. Dichas personas tienden a enfrentar las dificultades con más aplomo y menos alteraciones.

Extraversión / introversión

La parte más visible y conocida de este rasgo es claramente la social. Las personas extravertidas (y sí, en los textos especializados se escribe con a) buscan constantemente el contacto con los otros, y por ello están en su salsa al encontrarse en grupos, eventos y reuniones sociales. Pero hay otras caras de este rasgo que no se limitan a la vertiente social. Este tipo de personas busca siempre nuevas sensaciones y disfruta las actividades altamente estimulantes (cómo por ejemplo las discotecas). Así mismo, los aspectos menos conocidos de este rasgo son que en ellos predominan las emociones positivas y que suelen ser unos optimistas de pura cepa.

Los extravertidos son las personas asertivas por excelencia (el clásico “echado pa ‘lante”). Por su parte, los introvertidos son la imagen inversa de los primeros. Prefieren la soledad o los pequeños grupos y no son tan expansivos y alegres (lo que no implica que sean melancólicos). Ojo!! Ser introvertido no equivale a ser tímido!! En general, prefieren la calma y las situaciones menos estimulantes, y son un perfil más independiente que no siente tanta necesidad de seguir al grupo.

Amabilidad / hostilidad

Si se ubican en el extremo de la amabilidad, las personas tienden al altruismo, a empatizar más con los demás y a evitar el conflicto con ellos. En la misma línea, suelen tener una considerable fe en la bondad de la gente e incluso tienden – en cierto modo – a la ingenuidad. Las personas hostiles miran mucho más por sus intereses que por los ajenos, y tienen muchos menos reparos en chocar con alguien si se encuentra entre ellos y sus intereses. En general, toleran mucho mejor el conflicto y desconfían de las intenciones y la bondad de la gente.

Evidentemente, uno puede imaginarse cuál de los dos resulta más simpático, pero realmente cada perfil tiene sus ventajas y desventajas. A modo de ejemplo, el espíritu escéptico y crítico del perfil hostil funciona muy bien en los tribunales de justicia, mientras que alguien situado en el otro extremo podría verse avasallado.

Apertura a la experiencia / baja apertura

Las personas más abiertas a la experiencia se definen por una gran predisposición a descubrir y experimentar con nuevas ideas y valores. Les define la curiosidad y se sienten cómodos con los cambios en su vida y en su forma de ver el mundo. Tienden a cultivarse intelectualmente, a tener una vívida imaginación y a sentirse atraídos por el arte y su belleza.

Por el contrario, las personas que tienen una baja apertura a la experiencia son conservadoras en sus ideas y valores. Rehúyen de los cambios y les gusta la estabilidad y el confort de lo conocido. No hay que confundirlas con las personas autoritarias, ya que aunque sean más rígidos de ideas no tienen porque imponerlas a otros.

Responsabilidad / baja responsabilidad

Este rasgo de personalidad equivale en esencia al autocontrol. Las personas que puntúan más alto (más responsables) saben decir que no a sus impulsos y a sus deseos más inmediatos para centrarse en avanzar hacia sus objetivos y metas. De hecho, son buenos en trabajar disciplinadamente para alcanzarlos. Tienden a ser ordenados, sistemáticos, estrictos y hasta perfeccionistas. Son gente de manual y se atienden a las normas, valorando la puntualidad y la fiabilidad de su palabra.

Por el contrario, la gente que se sitúa en el extremo de baja responsabilidad son – evidentemente – el polo opuesto de lo descrito. Con frecuencia se desvían de su camino para satisfacer sus deseos más inmediatos y son más bien caóticos en su ética de trabajo. Además, les cuesta mucho centrarse en perseguir los objetivos que se han marcado, por lo cual con frecuencia los veréis empezando mil cosas y sin terminar ni una de ellas. Pero en fin, también es cierto que suelen ser más relajadas y no se sienten tan orientadas a los logros y el trabajo duro, por lo cual incluso pueden sentirse mejor con su inconsistencia.

Conclusión

El situarnos en un extremo u otro de este continuo nos puede hacer más propensos a tener determinados problemas psicológicos. Las personas que más se caracterizan por el rasgo responsabilidad tienden a ser críticas, rígidas y perfeccionistas, lo cual puede deteriorar su relación con ellas mismas o con las otras personas. Mientras que las personas más amables suelen tener muchas dificultades para decir que no y establecer límites, con lo cual son vulnerables a ser explotadas por los perfiles más hostiles.

Es importante conocer en qué punto nos situamos de cada extremo, ya que esta forma de autoconocimiento nos puede ayudar a la hora de construir y orientar nuestras vidas. Por ejemplo, aunque seamos introvertidos como la copa de un pino, puede que por influencia de nuestras amistades nos sintamos empujados a salir de fiesta con regularidad.

Pero nuestra forma de ser probablemente hará que tendamos a sentirnos agobiados en ese tipo de ambientes. Reconocer y aceptar nuestra introversión puede hacer que demos un giro de 180 grados a nuestra vida social, permitiéndonos escoger aquellos ambientes y tipos de reuniones sociales que más podamos disfrutar. Por último, es importante situarnos en esos continuos, porque nos permite conocer las fortalezas que tenemos y podemos explotar, así como los puntos en que podríamos mejorar.

Autor: Isaac Pons

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