¿Deberían los niños utilizar teléfonos móviles antes de irse a dormir?

Soy perfeccionista por presión social o por decisión propia

¿Deberían los niños utilizar teléfonos móviles antes de irse a dormir?

Para dar respuesta a la pregunta que plantea este título, debemos entender primero un aspecto esencial en nuestras vidas: la biología que fomenta nuestra necesidad de dormir y cómo esta organiza nuestras vidas. Los seres humanos pasamos aproximadamente un tercio de nuestras vidas durmiendo.

Aunque nos parezca algo de los más normal, resulta un hecho especialmente curioso si consideramos que animales cómo los caballos duermen tan solo unas 3 horas, o que los delfines mantienen su actividad a lo largo de todo el día, poniendo a dormir un hemisferio del cerebro mientras el otro está en guardia.

Y es que el particularmente complejo cerebro que ha llegado a desarrollar nuestra especie requiere de tan largo descanso para poder realizar una larga lista de funciones clave en su desarrollo y mantenimiento.

La importancia del sueño en la infancia

Otra de las particularidades que conlleva tener nuestro cerebro es que necesitamos de dos décadas enteras para llegar a nuestra madurez, mientras la mayoría de las otras especies lo consiguen mucho antes. Entre el nacimiento y el final de la infancia se produce un constante e intenso desarrollo, y una buena parte de este tiene lugar durante – y gracias a – las horas de sueño.

Las 10-11 horas de sueño necesarias a lo largo de la infancia (Aparicio Rodrigo & Buñuel Álvarez, 2017) contribuyen al desarrollo cerebral, al aprendizaje, la memoria, la maduración y regulación emocional y a la regeneración de los tejidos corporales desgastados por la actividad diaria (Jiang, 2020).

No hay que olvidar también que el crecimiento corporal se da a través de la producción de la hormona del crecimiento, que se da mientras los niños duermen (Van Cauter & Plat, 1996).

Cuando la cantidad o calidad de sueño empeora, pueden darse alteraciones en el peso corporal, bajo rendimiento escolar, problemas emocionales y de comportamiento, irritabilidad, dificultades al relacionarse y un entorpecimiento en la psicomotricidad (Spruyt, 2019).

Los relojes que rigen la vida

Nuestro cuerpo es una maravillosa conjunción de partes y sistemas que funcionan en conexión. Y para ello, estos componentes tienen que alejarse de la anarquía, adaptándose a un tempo y unos ritmos que les dan orden y claridad. El director que lleva la batuta de esta “orquesta” es una área específica del cerebro llamada hipotálamo, la cual organiza los procesos corporales en ciclos; patrones de actividad que se vuelven a repetir al terminarse.

Algunos ciclos pueden durar un mes entero (cómo la menstruación femenina), mientras que otros duran menos de un minuto. El hipotálamo está íntimamente conectado al influjo de luz que llega a través de nuestras retinas, lo que quiere decir que una gran parte de nuestros ciclos están sincronizados con el ciclo día/noche (luz/oscuridad) de 24 horas que rige la tierra (Mora, 2017). Por su duración diaria, este conjunto recibe el nombre de ciclos circadianos.

El ciclo sueño-vigilia

El ciclo sueño-vigilia pertenece evidentemente a los ritmos circadianos, y funciona principalmente a través de una hormona llamada melatonina. El poder de la melatonina es el de inducirnos a dormir, bajando paulatinamente nuestra actividad corporal y neuronal y provocando una sensación de cansancio y somnolencia.

Esta hormona es liberada con relación a la cantidad de luz solar que captan nuestros ojos; cuanto menos luz nos llegue, mayor cantidad de melatonina liberaremos. Su liberación tiene lugar en la glándula pituitaria, la cual mantiene una estrecha relación con el antes mencionado hipotálamo, y actúa en función de las órdenes que de ahí le llegan.

Ya que el funcionamiento de este ciclo depende directamente de algo tan estable cómo el devenir de los días en nuestro planeta, es de esperar que este también sea estable y difícil de cambiar. De hecho, de forma natural nuestro cuerpo tiende a dormirse y despertarse cada día a la misma hora, lo cual se hace evidente los días que has salido de fiesta hasta las tantas y te levantas a la misma hora que cualquier día laborable, aun habiendo apagado la alarma.

Siendo tan quisquilloso, nuestro ciclo sueño-vigilia no lleva demasiado bien las alteraciones y tarda bastante en adaptarse a los cambios. Pero por muchos cambios e imprevistos que haya en nuestras vidas, nuestro reloj vital siempre necesita cierta consistencia y estabilidad; acostarse y levantarse cada día a distintas horas termina siempre por pasarle factura (Zhang et al., 2017).

El simio que se rebeló contra la noche

Durante millones de años, los mamíferos han permanecido sincronizados con la luz del sol, y han vivido bajo el imperio de la noche, donde la ausencia de la luz indicaba la hora de retirarse y reposar. Pero muy recientemente (en términos evolutivos) nuestras civilizaciones han roto la dependencia de la luz del día y han levantado pueblos y ciudades donde la actividad no tiene por qué parar al caer el sol.

Poco a poco, nuestros ciclos sueño-vigilia se han ido independizando del devenir natural del planeta y han pasado a depender más del ritmo de nuestras sociedades, nuestras jornadas laborales o -en última instancia- nuestros hábitos.

No obstante, esta independencia no nos libra de estar regidos por relojes biológicos que -cómo ya habíamos señalado- necesitan consistencia y estabilidad, siendo esa necesidad aún más grande en el caso de los más pequeños de la casa. Por eso, es importante que las niñas y los niños tengan un horario regular a la hora de dormir, siendo recomendable que se eviten todo lo posible los elementos que puedan alterarlos.

Los teléfonos móviles

Y es aquí donde entran en juego los protagonistas de este artículo: los teléfonos móviles. La forma en que estos dispositivos han pasado a ser parte de nuestras vidas hace que pasemos por alto qué efectos puede tener su uso constante. Cada vez son más utilizados por los padres y madres a la hora de educar y entretener a las nuevas generaciones, estando más y más presentes en sus rutinas diarias.

Fuera del ajetreo propio del colegio y las actividades extraescolares, el momento nocturno de la velada se presta mucho a utilizar smartphones, tablets o ordenadores para recrearse. No obstante, su uso antes de dormir confunde a nuestro cerebro, alterando el ritmo de sueño y vigilia.

Curiosamente, no todas las luces domésticas son capaces de hacer tal cosa, pero el tipo específico de luz que emiten las pantallas (la luz azul) es interpretada por el hipotálamo como equivalente a la luz del día, haciendo que se interrumpa el flujo natural de melatonina.

Creciente sensación de somnolencia

Como consecuencia, los niños dejan de experimentar la creciente sensación de somnolencia propia del momento de irse a la cama, y vuelven a niveles de activación cerebral y corporal similares a los que presentarían en pleno día.

Estudios como el realizado por el equipo de la doctora Caitlyn Fuller y sus colaboradores (2017) han demostrado que el uso de teléfonos móviles (y por extensión, tablets, televisores y ordenadores) a la hora de irse a la cama tiene un importante impacto en la higiene del sueño de los niños. En primer lugar, y como ya hemos expuesto, dificultan la conciliación del sueño.

Pero a ese efecto se le suman alteraciones en el mantenimiento del sueño, haciendo que este sea de menor calidad y que sus ciclos sean más cortos. Cuando estas alteraciones tienen lugar, pueden terminar acarreando las consecuencias que fueron comentadas al inicio del artículo.

Por otro lado, si este uso se convierte en hábito, el cuerpo puede terminar estableciendo una asociación entre la cama y el uso de dispositivos móviles. Esta asociación hace que al ponerse a dormir, el cuerpo se mantenga activado aún sin la presencia ni el uso de dispositivos.

Unas últimas recomendaciones

Para terminar, esbozaremos brevemente algunas recomendaciones para gestionar el uso de dispositivos antes de ir a la cama. La primera recomendación es la de crear el hábito en los más pequeños de utilizar las nuevas tecnologías fuera del dormitorio, haciendo que no estén al abasto en su interior. La idea a fomentar es que el dormitorio es -valga la redundancia- para dormir, y para otras actividades tales como jugar (juegos de la vieja escuela; los de toda la vida) y estudiar.

Por otro lado, es prudente restringir el uso de cualquier tipo de pantalla hasta alrededor de una hora antes de ir a dormir. Y finalmente, ahora que ya sabemos lo quisquillosos que son nuestros relojes biológicos, cabe resaltar una última vez la importancia de mantener unos horarios estables y consistentes para dormir.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Aparicio Rodrigo M, Buñuel Álvarez JC (2017). El uso de dispositivos electrónicos antes de dormir afecta a la calidad y cantidad del sueño. Evidencia Pediatria, 13, 22.

Fuller, C., Lehman, E., Hicks, S., & Novick, M. B. (2017). Bedtime use of technology and associated sleep problems in children. Global pediatric health, 4, 2333794X17736972.

Jiang, F. (2020). Sleep and early brain development. Annals of Nutrition and Metabolism, 75 (Suppl. 1), 44-54.

Mora, F. (2017). Cómo funciona el cerebro (5a ed.). Alianza editorial.

Spruyt, K. (2019). A review of developmental consequences of poor sleep in childhood. Sleep medicine, 60, 3-12.

Van Cauter, E., & Plat, L. (1996). Physiology of growth hormone secretion during sleep. The Journal of pediatrics, 128(5), S32-S37.

Zhang, J., Paksarian, D., Lamers, F., Hickie, I. B., He, J., & Merikangas, K. R. (2017). Sleep patterns and mental health correlates in US adolescents. The Journal of pediatrics, 182, 137-143.

Autor: Isaac Pons

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