El divorcio afecta a los niños y adolescentes

El divorcio afecta a los niños y adolescentes

¿Cómo afecta el divorcio a los niños y adolescentes?

Tan solo una generación atrás, los hijos de padres divorciados eran una rara excepción en los colegios, y es que en el mundo de nuestras abuelas y abuelos todo – y que más que el matrimonio – era más estable y permanente.

Pero con la llegada del siglo XXI el divorcio ha pasado a ser un trámite cada vez más común, hasta el punto de empezar a estar a la par con el mismo fenómeno del matrimonio.

Ya en el 2013, año en el que se registraron en la Unión Europea un total de 2,1 millones de nuevos matrimonios, estos fueron contrapechados por 943,000 divorcios (Eurostat, 2017). En la misma línea, el censo de Estados Unidos del año 2004 reflejaba que la mitad de matrimonios habían tenido el mismo destino (U.S. Census Bureau, 2004).

Pero aunque el divorcio esté hoy en día normalizado, y ya no venga acompañado del estigma social y religioso de antaño, sigue siendo una vivencia que sacude de arriba a abajo las vidas de cada miembro de la familia.

Para los hijos e hijas supone cambios importantes en el estilo de vida, en las rutinas semanales, en la disponibilidad de los progenitores, en los recursos económicos que les dan sustento, y muchos más ámbitos centrales en sus vidas.

Las consecuencias negativas del divorcio

Se ha constatado ampliamente que esta vivencia puede llegar a ser un evento altamente estresante para cualquier persona en desarrollo, a lo que se le suma que suele darse en etapas en las que el individuo está aún adquiriendo las primeras herramientas psicológicas con las que afrontar las dificultades de la vida.

Por lo tanto, lo primero que dejan claro los artículos científicos es que las alteraciones emocionales están a la orden del día, siendo muy común que se den niveles más elevados de ansiedad y señales propias de la depresión (Auersperg et al., 2019).

La tristeza hace acto de presencia, cuesta más disfrutar de las cosas que antes nos cargaban las pilas y la autoestima puede sufrir cierto revés. En la otra cara de la moneda, los niveles de bienestar y felicidad descienden (Amato & Keith, 1991).

Por otro lado, estas alteraciones pueden afectar también al comportamiento dentro del ámbito escolar y a la relación que se tiene con los iguales: las personas de la misma edad o similares. Los niños y adolescentes pueden estar más irritables y verse menos implicados dentro de la escuela, llegando incluso a mostrar comportamientos disruptivos (conflictos, palabrotas, interrupciones, etc.) (Amato and Cheadle, 2008).

La irritabilidad y los cambios en el estado de ánimo

En conjunto, esto se puede traducir en un peor rendimiento escolar. La irritabilidad y los cambios en el estado de ánimo pueden terminar haciendo que se aísle de sus compañeros o que tenga algún que otro conflicto con algunos de ellos.

En los divorcios más duros, con circunstancias más desfavorables que lleven a los menores al límite, es posible que aparezcan ideas de quitarse la vida o incluso intentos de suicidio (Auersperg et al., 2019). También es posible que los adolescentes se inicien de forma más temprana en el consumo de alcohol, tabaco u otras drogas, o que tengan un mayor consumo en caso de haberlas probado ya.

Una de las causas de este encuentro con las drogas es la dificultad que entraña hacer frente al ciclón de emociones que están experimentando. Cuando las habilidades que se tienen para controlar las emociones son pobres, existe el peligro de que la persona termine utilizando este tipo de substancias para sedarlas o “gestionarlas” a su manera.

Así nace un círculo vicioso en el que la persona no desarrolla la capacidad de lidiar con sus emociones, las cuales se hacen cada vez más tormentosas y hacen que se acuda cada vez más al recurso fácil para mantenerlas a raya.

De gran importancia es señalar que el divorcio puede afectar también al tipo de vínculo que tienen los niños y adolescentes con sus padres (Bowlby, 1969). Al producirse inevitablemente un cambio en la disponibilidad de ambos, los más jóvenes pueden percibir la relación cómo más insegura y responder buscando con ansias estrechar distancias y no perder el afecto (vinculación afectiva ansiosa), o bien evitando la proximidad emocional (vinculación afectiva evitativa). Este cambio en la forma de relacionarse puede contribuir al desarrollo de un estado de ánimo depresivo (Fuhr et al., 2017).

Consecuencias a largo plazo

Es importante abordar los posibles efectos negativos del divorcio lo más antes posible, puesto que de lo contrario estos podrían extenderse en el tiempo. En primer lugar, los menores que han pasado por un divorcio difícil tienen más probabilidades de desarrollar problemas de salud mental sea durante los siguientes años (Konstam et al., 2016) o a lo largo de su vida adulta (Auersperg et al., 2019).

Por otro lado, si se desarrolla un vínculo inseguro con los cuidadores, se tiene un mayor riesgo de padecer ansiedad social (Notzon et al., 2016). Mientras que si este vínculo inseguro es de tipo ansioso es posible que se termine desarrollando una personalidad ansiosa (Andrews & Hicks, 2017).

¿Cómo afectan las circunstancias?

Hasta el momento, hemos enumerado los posibles efectos negativos que puede acarrear esta vivencia, pero evidentemente estos no se dan en todos los casos, puesto que hay otros factores que hacen que estos tengan o no tengan lugar. Por ejemplo, es más probable que se den si la separación es conflictiva o si los cuidadores tienen bajos recursos económicos.

También pueden aparecer con mayor probabilidad si el entorno social no ve con buenos ojos la decisión de la pareja y estos son censurados por motivos culturales y/o religiosos.

Por fortuna, las sociedades han ido normalizando progresivamente el divorcio, lo cual hace que cada vez tenga un menor impacto en nuestras vidas (Auersperg et al., 2019). Finalmente, la edad que tienen los menores y el tiempo transcurrido desde el divorcio son atenuantes; a más mayores son los hijos, más recursos se tienen para afrontarlo.

Las cosas que nos protegen

Los factores de protección son todas aquellas circunstancias, rasgos, capacidades y recursos que hacen menos probable para una persona terminar padeciendo alteraciones en la salud mental. En resúmen, se trata de cualquier cosa que haga menos probable la aparición de las consecuencias negativas que hemos ido citando a lo largo de este artículo.

El factor de protección por excelencia es el de tener un vínculo seguro y estable con los cuidadores. Este está muy ligado a disponer de un entorno familiar -ya sea la familia nuclear o la extensa- sensible a las necesidades de los menores y dispuestos a darles el respaldo necesario para afrontar el proceso.

Por otro lado, un coeficiente intelectual próximo o superior a la media facilita una mejor adaptación, mientras que las personas con menores capacidades podrían tener más dificultades y problemas emocionales. Por último, una buena inteligencia emocional (la capacidad de identificar y gestionar las emociones) es también un buen factor de protección.

En conclusión

Sin duda, cualquier separación es un camino duro en el que ambos miembros de la pareja se encuentran bajo una inmensa presión, tanto emocional como -probablemente- económica. En estas circunstancias es comprensiblemente que sea difícil atender a todos los frentes abiertos que se tienen.

Comprender y atender a los problemas y necesidades que manifiestan nuestros hijos en esta etapa puede ser algo para lo que requiramos de cierta ayuda profesional. Para ello, no solo se dispone de psicoterapeutas especializados en infancia y adolescencia en el sector privado, sino que también suele haber buenos programas de intervención públicos y accesibles en cada localidad.

Referencias Bibliográficas

Amato, P.R., Cheadle, J.E. (2008). Parental divorce, marital conflict and children’s behavior problems: a comparison of adopted and biological children. Soc. Forces 86, 139–161.

Amato, P.R., Keith, B. (1991). Parental divorce and the well-being of children: a metaanalysis. Psychological Bulletin, 110, 26–46.

Andrews, E.E.E., Hicks, R.E. (2017). Dealing with anxiety: relationships among interpersonal attachment style, psychological wellbeing and trait anxiety. International Journal of Psychological Studies, 9, 53–64.

Auersperg, F., Vlasak, T., Ponocny, I., & Barth, A. (2019). Long-term effects of parental divorce on mental health–A meta-analysis. Journal of psychiatric research, 119, 107-115.

Eurostat (2017). Marriage and divorce statistics. [Internet]. Louxembourg: Eurostat, June 17. Disponible en:
http://ec.europa.eu/eurostat/statisticsexplained/index.php/Marriage_and_divorce_statistics.

Bowlby, J., 1969. Attachment and Loss, vol. 1, Loss. Basic Books: New York.

Fuhr, K., Reitenbach, I., Kraemer, J., Hautzinger, M., Meyer, T.D. (2017). Attachment, dysfunctional attitudes, self-esteem, and association to depressive symptoms in patients with mood disorders. Journal of Affective Disorders, 212, 110–116.

Konstam, V., Karwin, S., Curran, T., Lyons, M., Celen-Demirtas, S. (2016). Stigma and divorce: a relevant lens for emerging and young adult women? Journal of Divorce & Remarriage 57, 173–194.

Notzon, S., Domschke, K., Holitschke, K., Ziegler, C., Arolt, V., Pauli, P., Reif, A., Deckert, J., Zwanzger, P. (2016). Attachment style and oxytocin receptor gene variation interact in influencing social anxiety. World J. Biol. Psychiatry 17, 76–83.

U. S. Census Bureau. Washington, DC: Author; 2004. Detailed tables: Number, timing and duration of marriages and divorces, 2004. Disponible en:
http://www.census.gov/population/www/socdemo/marr-div/2004detailed_tables.html

Weaver, J. M., & Schofield, T. J. (2015). Mediation and moderation of divorce effects on children’s behavior problems. Journal of Family Psychology, 29(1), 39.

Autor: Isaac Pons

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